La lengua es un ser vivo: crece, se reproduce y muere. Como ejemplo tenemos al latín, el sajón. Y entre su nacimiento y su muerte, la lengua evoluciona. La lengua es un ser vivo porque es el reflejo de quién la habla en cada momento, de la época en que se habla o del lugar donde se habla.
A esto se le llama variedad lingüista: geográfica, diacrónica, diastrática o diafásica. Por eso una palabra, dentro de una misma lengua, en un contexto determinado puede tener un significado y en otro diferente significar algo totalmente distinto. Así coger en España significa agarrar y en Latinoamérica algo menos decoroso. La variedad diacrónica es la que hace que las palabras, o que muchas palabras, varíen su significado a lo largo de la Historia, según la época. Así hasta el siglo XIX cuando alguien hablaba de un “coche” se refería a un vehículo tirado por tracción animal (una berlina, que por cierto hoy en día significa automóvil de lujo), pero a partir del siglo XX cuando alguien habla de un coche habla de un automóvil, la lengua evoluciona con los tiempos. Hoy en día hablamos del patrimonio de una persona (sea hombre o mujer) cuando hablamos de sus bienes, aunque no hayan sido recibidos por línea paterna, aunque lo haya heredado de su madre. La sociedad evoluciona y el lenguaje lo debe hacer con ella. No creo que a nadie se le ocurra decir que las mujeres no pueden tener patrimonio por cuestiones semánticas.
El Partido Popular ha querido enmascarar su oposición al matrimonio homosexual con un debate lingüístico realmente absurdo. "Es una cuestión semántica" argumentan. El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua comienza en su presentación con el siguiente párrafo: “Las lenguas cambian de continuo, y lo hacen de modo especial en su componente léxico. Por ello los diccionarios nunca están terminados: son una obra viva que se esfuerza en reflejar la evolución registrando nuevas formas y atendiendo a las mutaciones de significado”. Este diccionario va por la 22ª edición y ya se está preparando la 23ª. Además el diccionario María Moliner, uno de los más prestigiosos de la lengua española, define matrimonio como “Unión de una pareja humana legalizada con las ceremonias y formalidades civiles o religiosas establecidas para constituir una familia”. Tarde o temprano el Diccionario de la RAE tendrá que incluir la definición actualizada de la palabra matrimonio al igual que recoge la actual definición de la palabra patrimonio (“Conjunto de bienes pertenecientes a una persona natural o jurídica, o afectos a un fin, susceptibles de estimación económica”) y no la etimológica (lo recibido por línea paterna).
A estas alturas de la clase ya se habrá dado cuenta el lector de que no es un problema de semántica, no es que la unión de un hombre y una mujer y la unión de personas del mismo sexo sean cosas diferentes, es un problema sociolingüístico. Un problema de mentalidad atrasada, como lo es el uso de un lenguaje machista u homófobo. El Partido Popular no quiere desairar a su electorado más ultra con la retirada del recurso que mantiene desde 2005, pese a que su ministro de justicia haya dicho que no le parece inconstitucional el matrimonio homosexual (declaraciones que han sentando como un tiro en estos sectores y en los medios del TDT Party).
La posible derogación de la ley que permite la unión entre personas del mismo sexo puede ser un grave problema para miles de familias, legalmente constituidas, que quedarían desprotegidas jurídicamente y cuyos derechos conyugales desaparecerían, y esto el PP lo sabe. Por eso no se atreve abiertamente a derogar la ley, lo cual causaría un gran revuelo social y un problema para el Gobierno.
El mantenimiento del recurso ante el constitucional sí es un verdadero atentado contra la familia, o al menos contra uno de los modelos de familia, ese que no gusta a los ultraconservadores.José Sánchez Sánchez
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