Pensar en el uno de agosto, por lo general nos trae a la mente la idea de vacaciones, mucho calor, días largos.
Todo menos sentarse frente al televisor para escuchar las declaraciones del presidente de Gobierno. Por eso mucha gente prefirió no perder ni un minuto del que iban a dedicar a hacer las maletas, revisar mapas, pues de alguna manera ya se sabía que lo que dijera Rajoy serían palabras que no dicen nada –al más puro estilo Piratas-.
Nos queda más de lo mismo para rato
Otros conservábamos la esperanza de que quizás algo pudiera sorprendernos. Y fuimos persiguiendo las intervenciones por la red, para ver si alguien ofrecía una propuesta que consiguiera hacernos pensar que de verdad va a cambiar algo. Ni dimisión, ni explicaciones convincentes, nada de nada. No se respondió a nada de manera contundente, no se dijo absolutamente nada salvo, claro, eso sí, que nos iba a quedar más de lo mismo para rato.
Así las cosas, esperando a que esto cambie quizá sea cuestión de un disparo de nieve, una luz cegadora como cantase Silvio. Cualquier cosa, vaya, que borre de pronto la corrupción, la falta de transparencia, la desafección, la rabia que siente la gente hacia los políticos (cualquiera), la apatía ante lo que sucede.
¿Por qué esto no explota? Es lo que se comenta entre pincho y caña, con treinta grados a la sombra. Y francamente ya no sabemos qué más puede pasar. Podemos creernos cualquier cosa y algunos seguirán caminando a diez metros sobre el suelo. Como si con ellos no fuera el asunto, como si estuvieran cubiertos por una burbuja mágica que hace rebotar cualquier tipo de sospecha, acusación o presunción. Ni se incomodan.
La consigna es criticar “sois todos iguales”
“Da igual, son todos lo mismo. Esto no lo cambia nadie. Se cubren unos a otros”. Y así se pide otra ronda. Hemos entrado en un círculo vicioso: algunos parecen estar sordos y ciegos ante lo que ocurre (no se dan por aludidos), se han hecho una cota de malla contra la desdicha, como cantara Sabina y otros tiran piedras contra todo, como si ya fuera un deporte nacional. La consigna es criticar todo lo que se pueda, bajo el grito de “sois todos iguales”.
Hemos llegado a un punto en que nada importa si tienes las manos limpias y las ganas de contribuir para arreglar esto. No, no hay tregua. El caso es mantener el círculo vicioso en el que ya nadie parece atender ni participar de manera constructiva: los corruptos miran hacía otro lado y los espectadores critican hasta el punto de perderse. Suerte que últimamente está de oferta la “verdad absoluts”, que resulta ser muy eficaz en cualquier tipo de discusión: puedes utilizarla en todo momento y tiene un efecto inmediato, paraliza cualquier tipo de respuesta o valoración de los demás participantes en la discusión. No sirve para nada, pero el que la utiliza se va muy alegre a su casa.
Hay una versión muy vendida últimamente que es la de la “verdad absoluta de la izquierda verdadera”. Está de moda y según parece solamente los que la hayan adquirido pueden atribuirse discursos políticos con ideología de izquierdas. Nadie más.
Se plantea un panorama interesante: a quien queremos escuchar, no dice nada. Y mientras tanto, un barullo ensordecedor de verdades absolutas y de todo tamaño y color que compiten por sonar más fuerte.
Beatriz Talegón.
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