En la inminente reforma laboral, esa que el gobierno va a aprobar sí o sí aunque preferiría hacerlo con una bonita foto de manos estrechadas, la propuesta central puede ser ese “contrato de crisis” del que tanto hablan estos días. Menos indemnización, más facilidad de despido, y mucha flexibilidad, que nunca es bastante.
Es decir, un nuevo contrato basura en la línea habitual, sólo que ahora en vez de basura lo llamamos “de crisis”, apellido infalible para cualquier disparate que quieran colarnos. “Voy a subirles los impuestos, es por la crisis”. “Hay que hacer más recortes por culpa de la crisis”. “Llego tarde, lo siento, es la crisis.” “Cariño, no es lo que parece, es la crisis”. Así todo.
Si ya tenemos servicios públicos de crisis, gasto social de crisis y consumo de crisis, lo suyo es firmar también un contrato de crisis, para así disfrutar de unos derechos de crisis, cobrar un sueldo de crisis y trabajar una jornada laboral de crisis.
En realidad la propuesta no es nueva, tiene tantos años como la propia crisis. A principios de 2009 ya intentó la patronal colárnoslo. Lanzó entonces la propuesta pero todavía la crisis estaba demasiado verde. Ahora puede haber llegado a su punto de madurez, varios millones de parados después, aunque me temo que aquel contrato de crisis de 2009 no sea el mismo ahora sino peor, como peor va todo desde entonces.
Ante la propuesta sólo se me ocurre repetir lo que escribí en su momento, cuando el mismo Arturo Fernández que cada vez tiene más voz en la CEOE propuso el contrato de crisis a comienzos de 2009: me parece justo que haya un contrato de crisis para épocas de crisis, de la misma forma que en la época de bonanza la CEOE propuso un “contrato de bonanza”, con más sueldo, más derechos, más indemnización de despido y más vacaciones. Si en los años de vacas gordas disfrutamos de aquel generoso “contrato de bonanza”, ahora debemos aceptar el “contrato de crisis”. ¿Cómo? ¿Que ustedes no firmaron aquel maravilloso contrato? ¿Que ni siquiera recuerdan que haya existido alguna vez? Qué raro, yo tampoco. Lo habré soñado.
Isaac Rosa
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